Inmersos en las fases de desescalada los deportistas salen de su confinamiento y regresan a sus entrenamientos, eso sí, con nuevos protocolos y muchas medidas de seguridad para evitar en la medida de lo posible los contagios del COVID-19.
Deportistas, entrenadores, equipos se incorporan a una nueva rutina que está muy lejos de lo que conocíamos como “normal”. Entrenamientos individuales, sin trabajo en equipo, sin contacto… e intentando poner su cuerpo en forma tras semanas de confinamiento e incertidumbre.
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Durante estas primeras semanas de toma de contacto con su trabajo, con su equipo, con sus nuevos entrenamientos los deportistas se enfrentarán a miedos e incertidumbres que deben manejar y controlar.
Si se reanudan las competiciones y se hacen sin público, podemos encontrarnos ante dos situaciones: por un lado aquellos deportistas para los que “el calor” de la afición supone un subidón de adrenalina, les mantiene activos y les ayuda a sacar su mejor versión durante la competición. Para estos deportistas, enfrentarse a una grada vacía puede suponer una barrera mental, puede costarles entrar en la competición porque su mente les dice que se trata solo de un entrenamiento y no de un partido real. Habrá que trabajar la gestión de estas emociones, ayudarles a visualizar la situación tal y como es para que puedan rendir al máximo.
Y por otro lado podemos encontrarnos con deportistas para los que esta nueva situación de competir sin público les haga sentirse más cómodos. Para ellos, resulta complicado enfrentarse a la presión de los aficionados, a los gritos, a los silbidos, a las miradas… En cambio cuando entrenan sin público se sienten mejor, más libres. En estos casos esta situación puede ser idónea para alcanzar su mejor versión. Aún así, este no es el escenario ideal. El deporte se alimenta de los aficionados. Y, aunque temporalmente éstos desaparezcan de escena, forman parte de la ecuación y tarde o temprano el deportista tendrá que afrontar sus miedos y aprender a concentrarse en su juego independientemente de si hay o no público en las gradas.
Esta fórmula que nos servía durante el confinamiento también es válida para afrontar la vuelta al trabajo. Aceptación. Es lo primero que tenemos que asumir: las cosas son así y no podemos cambiarlas. Hay nuevos protocolos, rutinas diferentes, riesgos… y tenemos que aceptarlo. Adaptación. Vamos a esforzarnos para asimilar la nueva situación lo antes posible y vamos a ser conscientes de que tenemos unos objetivos por cumplir y tenemos que trabajar para lograrlo. Aplomo. Tenemos que mantenernos serenos y trabajar nuestra confianza. Podemos hacerlo, de verdad estamos preparados para hacerlo. Hay que perseverar, visualizar nuestras metas y luchar para alcanzarlas superando todos los obstáculos que nos vayamos encontrando.
Aunque el distanciamiento social ha sido (y sigue siendo) una imposición para minimizar las consecuencias del coronavirus, el deportista que juega en equipo debe entrar ahora en una nueva dinámica: su trabajo y el de su equipo van a la par. Debe volver a concentrarse en la dinámica de grupo, pensar más allá de sí mismo y entender que el equipo debe estar unido. Aquí los entrenadores juegan un papel clave. Deben trabajar la cohesión, el compañerismo y deben conseguir que todos los jugadores vayan en la misma dirección. Sin duda, será uno de los factores que aportará más estabilidad a los deportistas y que allanará el camino de vuelta a la esperada competición.